viernes, octubre 06, 2006

Pekín - Beijing I (6/7/8-VII-06), 北京

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Pekín - Beijing I
El primer día en Beijing fue el de adaptación. Nada más llegar al aeropuerto nos salio un taxista ofreciéndonos el traslado hasta el hotel, regateamos y llegamos a un precio. Este sería el único día en que para un trayecto relativamente corto no esperaríamos nuestra fila correspondiente para coger un taxi oficial con su respectivo “Da biao” (puesta en marcha del contador). Esta segunda opción era mucho más barata., pero al ser el primer día y después de 11 horas de vuelo no nos pareció mala idea coger un servicio extra.
Después de dirigirnos al hotel y una vez instalados, salimos enseguida a la calle a explorar los alrededores. El calor era descomunal, aunque ya sabíamos que el verano Chino era sofocante.
Miguel Pablo y Hugo estaban alucinados de ver tanta gente montando en bici y aunque tambíen había muchos coches, ellos solo veían bicicletas y bicicarros.
Este primer día nos dimos un paseo hasta la plaza de Tiananmen y Ciudad Prohibida (que visitaríamos pasado mañana) para coger el aire a la ciudad. Por el camino pudimos comprobar la cantidad de gente que hay Beijing. 15 millones de habitantes es mucha población para una ciudad. Todo el mundo esta en la calle en china y a todas horas, en el suelo, andando, durmiendo, comiendo…
Nos acercamos hasta el puente de Mao y nos hicimos alguna foto y decidimos coger dos motocarros de vuelta al hotel.
Nos fuimos a comer a un restaurante normalito cercano al hotel, comimos todos por 6 euros. Sabíamos que comer en China era barato, pero no tanto. En este restaurante no tenían tenedores ni cuchillos, pero si cuchara china, de esas de mango corto. Con el pasar de los días cogimos una autentica habilidad manejando los palillos. De hecho no reclamábamos tenedores aunque los hubiera. En ningún sitio te ponen cubiertos porque casi nunca tienen. Los primeros días no era difícil ver salir de nuestra mesa algún trozo de carne, seta o lluvia de arroz con la consiguiente sorna de los chinitos de al lado, la verdad es que cogíamos los palillos como alicates. Nosotros veíamos que los chinos cogían los palillos por la parte de atrás, dejando mucha madera a la vista.
Con el tiempo empezamos a coger cierta destreza acercando el punto de agarre a la zona de pinzar la comida, como cuando alguien empieza a jugar al tenis y tiene el mango de la raqueta más corto para que su coordinación hacia el objeto móvil sea más fácil al estar la malla de la raqueta más cerca de la mano. Según pasaban los días nuestro agarre iría retrocediendo y nuestra pericia aumentando.
Después de comer nos fuimos al hotel a “descansar”, pues aunque los niños habían dormido bien en el avión, la paliza del viaje así lo aconsejaba. Un par de horas en el hotel con los padres tumbados mirando planos y los niños dándose almohadazos fue suficiente para emprender la marcha de nuevo.
Estuvimos dando una vuelta por unas callejas destartalas con puestos de todo tipo y luego nos fuimos a una zona moderna y comercial de Beijing, todo cerca del hotel, allí compramos un carrito de niño ya que cuando llegamos al aeropuerto estaban todas las maletas pero el carrito estaba missing. Este carrito nos serviría para llevar a Hugo en el momento en que se cansara. Ya no lo usaba hace años, pero en estos viajes son una bendición y puede ser la diferencia entre poder seguir adelante o no.
El primer día nos costo conciliar el sueño a Marga y a mi, de hecho tardamos bastante en dormirnos. Los niños sin embargo, como ya habíamos comprobado en otros viajes se adaptaron de una manera asombrosa a los cambios de horario, y allí estaban, durmiendo como troncos.
Al día siguiente nos levantamos relativamente pronto y en cuanto desayunamos abordamos nuestra primera aventura en China. Entablamos “conversación” con uno de los numerosos taxistas que suelen esperar a la salida de los hoteles y después de un regateo quedamos en 400 yuanes (40 euros). Por este dinero nos llevaría a ver la Gran Muralla China en la parte de Badaling (70 Km.) y la Tumbas de la dinastía Ming (50km.). La verdad es que era un buen precio porque esto significaba un coche a nuestro servicio durante prácticamente todo el día. El hombre no hablaba nada de ingles, pero con nuestro “libro de ruta” donde entre otras cosas figuraban los destinos escritos en chino y la ventaja de que los taxistas conocen nuestra numeración no había más que ponerse a regatear, casi siempre por escrito.
Según nos aproximamos a la Muralla el día se hizo más fresco y nublado, en parte debido a la zona montañosa. Cuando llegamos allí el taxista nos acompaño a la entrada, había dos posibilidades subir al teleférico a la parte alta de la muralla, situada en lo más alto de la montaña, o subir directamente desde abajo y por una fuerte pendiente por lo que no tendríamos las esplendidas vistas hasta llegar arriba. Al final optamos por el teleférico ya que nos subía a la zona más vistosa de la muralla y una vez allí podrías desplazarte por la misma lo que tú quisieras. Por otra parte los niños estaban entusiasmados con la idea de subir a la muralla a través del teleférico. Desde este se subía en paralelo a la muralla y la aproximación a la misma con unas vistas asombrosas era espectacular.
Una vez arriba nos dedicamos a recorrer los diferentes tramos de la muralla, algunos llanos y otros con pendientes descomunales, otras partes con torretas o construida encima de la misma roca.
Es verdad que la Gran Muralla es en lo que piensa la mayoría de la gente cuando le hablan de China, luego uno piensa que no será para tanto. Pero una vez allí es espectacular, a Marga y a mi se nos puso la piel de gallina de la impresión, y la verdad es que todos estábamos sobrecogidos en un primer momento por la enorme belleza y grandiosidad de la muralla.
Después de dos horas vagando por diferentes partes de la muralla, bajamos de nuevo en el teleférico. Una vez abajo trasteamos por las numerosas tiendas que hay y estuvimos a punto de comer en alguno de los restaurantes que había, pero el taxista nos insistió hasta un par de veces para que comiéramos cerca de nuestro segundo destino y así iríamos adelantando tiempo. Gran error puesto que alrededor de las tumbas no hay restaurantes sino unos seudo restaurantes donde los dueños salen a la carretera y hacen señales a los conductores para que entren a comer.
A uno de estos nos llevo el taxista y allí nos clavaron ya que la comida era carísima y a precio de oro y por su puesto sin carta. Al montar en el taxi le eche la bronca al taxista por llevarnos a un sitio tan caro y tan malo, y por su cara creo que se dio por enterado.
Moraleja: como casi todo el mundo hace las dos visitas (Muralla y Tumbas Ming) el mismo día, mejor comer en la muralla.
Después de comer nos fuimos a ver las Tumbas de las Dinastía Ming, menos espectaculares de lo esperado pero enclavadas en un lugar precioso.
Después de un día muy completo legamos al hotel al caer la tarde. Una vez duchados nos fuimos al Biangfang Kaoyadian, uno de los restaurantes con fama en el tradicional pato laqueado al estilo menlu acompañado de tortitas, cebolletas y salsa.
Las mesas son las típicas de muchos de los restaurantes chinos, grandes y redondas y en el centro a modo de círculo concéntrico un cristal circular de un metro de diámetro, que es donde se ponen las viandas y se puede girar para que todos los comensales tengan acceso a la comida.

Al día siguiente (9 de Julio) tomaríamos el tren Beijing-Pingyao a las 7:48 de la tarde. Por lo que antes de salir del hotel hicimos el Check out y dejamos el equipaje allí mismo, después fuimos a ver la Ciudad Prohibida.
Ciudad Prohibida
Llegamos alrededor de las 12 de la mañana, a esa hora hacía un calor monstruoso, ¿no he dicho que en china y en verano hace un calor mastodóntico? Bueno, el caso es que sacamos los billetes de entrada en uno de los patios de entrada que dan acceso a la Puerta del Mediodía. Desde allí entramos al gigantesco complejo de la Ciudad Prohibida propiamente dicho entre cientos de turistas chinos.
Nada más entrar te encuentras con otro patio o plaza gigantesca atravesada por cinco impresionantes puentes de mármol, al final de este patio se encuentra la Puerta de la Armonía Suprema.
Poco a poco y cargados de botellas de agua vamos viendo toda esta maravillosa ciudad: La sala de la Armonía Suprema, la de la Armonía Preservada y la de la Intermedia. La sala de la Gloria Literaria, Puerta de la Pureza Celestial, Palacio de la tranquilidad, exposiciones de bronces, cerámicas, arte, artesanía…
En fin el número de construcciones, salas, puertas y exposiciones es abrumador, y todo ello a cual más bello.
En un momento determinado Pablo, nuestro hijo mediano se queja del enésimo empujón que sufre de mano de “un chino”, al cabo de unos días nos dimos cuenta de que los habitantes de un país tan numeroso están habituados a un contacto físico mayor que en otros países, como no hay filas están acostumbrados al mogollón, al grupo prieto y “arrejuntao” cuando están en sitios con multitud de gente, y al grupo prieto delante de las taquillas, estaciones, restaurantes de comida rápida…Digamos que su espacio vital es un palmo más corto que el nuestro. Te cruzas con tres que vienen de frente en una acera, y aunque halla sitio de sobra, es posible que roces. Son muchos y no lo hacen con mala fe. Por otro lado su discreción es proporcional a su espacio vital. Entras en un mercado, y allí están mirándote por encima del hombro a ver que narices come y compra un “lowei” que es como llaman a los extranjeros en China. En cierta ocasión al coger una marca de leche concreta de una estantería una mujer de mediana edad que me estaba observando y llevaba un rato fisgándome, cambió su elección por la mía. La verdad es que yo había escogido esa marca por que venia en el envase el Campeón Olímpico de 110 metros vallas Xiang Liu y el Baloncestista de NBA Yao Ming. Me dije si tienen dinero par patrocinar a estos debe ser medianamente buena.

Bueno, vuelvo a la Ciudad Prohibida. Al final todo el eje de la visita discurre desde el Norte en la Puerta de la Paz Celestial o de Mao, llamada así porque en ella hay un gran retrato del Expresidente de la Republica Popular China, hasta la puerta Sur o Puerta del Valor Militar Divino. Todo el entramado termina en los extraordinarios Jardines Imperiales, con sus zonas de agua y arboladas que se agradecen después de la Chicharrera anterior.
Los niños disfrutaron bastante de la visita y atendieron con interés las explicaciones que les íbamos dando. Hugo, el peque, se quedo muy impresionado con la exposición de armas con sus arcos y armaduras Chinas. Disfrutó sobre todo corriendo y bajando rampas, escaleras, e intentando subirse alguno de los leones, tirando piedras en las vasijas de bronce gigantes y desmenuzando magdalenas en un estanque de carpas naranjas.

Cuando salimos de la Ciudad Prohibida nos fuimos a comer, no deberíamos perder demasiado tiempo ya que a las 7:48 salía nuestro tren a Pingyao. Los billetes de este tren los habíamos reservado y comprado por Internet desde España, ya que al llegar a Beijing tendríamos solo tres días para sacar los billetes y con tan poco tiempo es fácil quedarte sin ellos.
Cuando vinieron el día anterior a entregarnos los billetes al hotel como habíamos convenido, vimos que los billetes eran de litera dura. Nosotros rellenamos un cuestionario en el elegíamos la opción de escoger litera dura en el caso de que no hubiera blanda, así que en esta ocasión nos tuvimos que conformar con la primera.
De todas formas no habría nada que nos echara para atrás. Después de todo sería una aventura más.
En China hay trenes que solo tienen litera blanda o asientos, luego hay otros con los dos tipos de literas, asientos y sin asiento. El inconveniente de la litera dura no es la dureza del colchón, sino la poca intimidad que te deja el que todas las literas estén abiertas al pasillo del vagón en grupos de seis (como se ve en la fotografía).
Para dirigirnos a la estación cogimos un taxi, según nos aproximábamos vimos las gigantescas proporciones de la estación de trenes de Beijing, en una ciudad de 15 millones de habitantes, estas estaciones son como pequeñas ciudades.
Nada más entrar nos adentramos en un gran hall como dos campos de fútbol lleno de paneles luminosos escritos en chino, eso si los números de trenes venían también en nuestra numeración. Allí estaba el 2519 que hacia el trayecto Beijing- Hancheng en 17,30 horas, nosotros nos bajaríamos en Pingyao en 11 horas, ya que llegábamos a las 6:56 de la mañana.
Poco a poco fuimos avanzando por esta macro estación, una puerta grande a la izquierda con un cartel de nuestro numero de tren, indicaba que allí estaba la “sala” de espera para bajar al andén. Al entrar en esta sala gigantesca vimos que estaba dividida en dos partes, la izquierda con una “fila” de 10 metros de ancho y unos 80 de largo toda llena de chinos que era la nuestra, y otra “fila” igual a la derecha para otro tren.
Allí estábamos nosotros con las tres mochilas grandes, las tres pequeñas una maleta de ruedas, y el carro de Hugo. Por cierto no lo he dicho pero en China no se ven carros de niño, sencillamente porque van andando o porque van cogidos. En una ocasión que estaba lloviendo y le pusimos la capota de plástico transparente miraban al carro como si hubieran visto una nave espacial.
Bueno, sigo con mi relato, en aquella estación la pregunta que nos hacíamos era si tendríamos que meternos en ese amasijo de “fila” y apretujarnos hasta que pudiéramos entrar, o esperarnos hasta que hubiera pasado el último. Bueno nosotros estábamos dispuestos a lo primero.
Estábamos situados a un lado de la fila aproximadamente por la mitad, y en el otro lado teníamos la fila del otro tren, en ese momento estábamos en el centro de la sala y las dos filas con cientos de chinos miraban a nuestro grupo tan singular. Y no era una impresión subjetiva sino que miraban descaradamente, se daban la vuelta para hacerlo y ladeaban las cabezas par poder ver a través de los otros pasajeros, Pablo había cogido la manía de devolverles la mirada con el mismo o redoblado descaro con un leve adelanto de cabeza y estiramiento de cuello, esto bastaba para que algunos dejaran de mirarnos o para que se rieran abiertamente. Tampoco nos importaba demasiado.
En un momento dado le dije a Marga que me iba a hablar con la pareja vestida de uniforme encargada de abrir las puertas de bajada a los andenes, a ver si así nos dejaban bajar antes. Los niños se morían de vergüenza. ¿pero como vas a hacer eso?, se van a enfadar todos los chinos. Después de explicarles a los “revisores” lo que pretendía sin mucho éxito, llame a Marga y los niños para que se acercaran a mi y su presencia hiciera presión. En cuanto vieron a los tres niños no dudaron en dejarnos pasar. En un momento nos abrieron la puerta lateral y nos indicaron las escaleras de bajada al andén.
Como veríamos a lo largo de nuestro viaje en algunos aeropuertos, en realidad muy pocos, dejaban embarcar primero a las familias con niños, gente impedida o muy mayor, como es costumbre en muchos países para eliminar algunos minutos de espera, facilitar la entrada a la gente con menos movilidad y evitar aglomeraciones peligrosas.
En las estaciones de tren esto no estaba contemplado. Pero nuestra intención era facilitar las cosas a nuestros peques, sobre todo cuando lo que tienes delante es de todo menos una fila ordenada.

Al llegar a nuestro vagón, vimos que en nuestro compartimento de seis literas sin puerta nos habían correspondido las cuatro de arriba. En los compartimentos de al lado se habían instalado familias de chinos, todos muy simpáticos con los que pronto entablamos “conversación”; un poco más allá vimos una pareja de chicas holandesas.
Al poco rato llegaron los que serían los inquilinos de las literas de abajo, dos chinos de mediana edad que venían con un tercero que tenía cama en otro compartimento, pero que se sentaba con estos en las literas de abajo antes de dormir.
Allí Hugo bromeaba con todo el mundo y todo el mundo con el, iba escalando todas las literas que podía y se escondía en las más altas ante las risas de todo el vagón. Mientras nuestros tres “huéspedes nos hacían preguntas y nosotros a ellos a través de la guía chino –español.
Las literas duras no tenían incluida la cena, pero de vez en cuando pasa una revisora con un carrito de espagueti, fruta y bebida. Nosotros habíamos cenado ya. Además teníamos provisiones de frutas, frutos secos y galletas para reponer fuerzas.
A las 10 de la noche prácticamente todo el mundo estaba dormido o en silencio, se apaga la luz general y la música de ambiente y la gente se relaja. Pero nuestros huéspedes comían, espaguetis, más espaguetis, pepinillos que cortaban en rodajas y se lo comían tal cual, una cerveza, otra, otra más (de esas de 800 mililitros). Poco a poco se fueron animando y lo cigarros caían uno detrás de otro. Ya habíamos comprobado como los chinos fuman en todos los sitios, ascensores, autobuses, restaurantes…
“Vaya mala suerte, un vagón lleno de gente normal y nos han tocado los más ruidosos y contaminantes”. Antes de partir había intentado sin éxito cambiar los billetes de litera dura a litera blanda (cuatro camas en compartimento cerrado), algo que se puede hacer pagando la diferencia de precio, pero no quedaban plazas libres.
Después de aguantar un poco más a nuestros ruidosos vecinos y ante la queja de Pablo de que le picaban los ojos, me baje de la litera y abrí de un golpe seco las dos ventanas que había a cada lado del tren. A esas horas y a la velocidad del tren, junto con el aire acondicionado el frío se apoderó de todos. Los “huéspedes enseguida captaron el “mensaje”, me miraron e inmediatamente apagaron los cigarros y dejaron la conversación, haciendo gestos con las manos indicando que dejaban sus asuntos.
Los chinos me han demostrado más de una vez que son gente amable y comprensiva. Hay que pensar que hace dos días, como aquel que dice, en España fumábamos en todos los lados, aulas, ascensores, andenes de metro, trenes, aviones y autobuses con zona de fumador… Ellos de momento van a otro ritmo y no pretendemos cambiar sus costumbres ni somos quien para ello, pero se agradece el gesto de tolerancia aunque sea bajo presión atmosférica ventanil.

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